Fue
una soleada tarde del mes de octubre cuando decidió abrir la ventana. Era una
ventana que había permanecido cerrada durante mucho tiempo. No sabía muy bien
si al hacerlo encontraría lo que buscaba. Tal vez por deseado, ese gesto le
trajera buena fortuna o tal vez no. Tampoco tenía a quien preguntar si era
buena idea, de nuevo se encontraba sola. Dudó, pero como solía ser habitual en
ella, tomó la decisión. Respiró profundamente al tiempo que giraba la manivela
y empujó con fuerza hasta que pudo ver la claridad que la tarde aún regalaba.
Eran ya los últimos rayos del sol que comenzaba a esconderse detrás de las
montañas que rodeaban la casa. Corría una ligera brisa que refrescó su rostro
cuando decidió asomar la cabeza para comprobar lo que el paisaje le ofrecía.
Se
sintió satisfecha. Por fin lo había hecho. Tomó la vieja silla que seguía
colocada en una esquina de la habitación y la puso junto a la ventana. No
tenía prisa, así que se sentó y permaneció allí durante un largo rato. Recordó
los mejores momentos pasados a su lado. Ya no estaba allí, pero ella lo
presentía.
- Es
una lástima que no estés para ver esto – dijo en voz alta – estoy segura de que
te habría gustado. Se que te sentías orgulloso de mí.
El
correr de las lágrimas por sus mejillas la hicieron volver a la realidad. Las
secó con uno de los pañuelos bordados con sus iniciales que él solía llevar en los bolsillos de sus chaquetas. No supo cuando lo había tomado en sus manos, por
mucho que se esforzó en intentar recordar el momento no lo consiguió. Dobló con
cuidado el pañuelo y lo apretó entre sus manos, como queriendo no soltarlo
jamás.
Permaneció
allí un largo rato con la mirada perdida en el horizonte y el pensamiento
luchando entre el deseo y la realidad que la había llevado hasta aquella habitación.
Cuando recuperó la noción del tiempo habían transcurrido varias horas. Se
levantó de la silla y volvió a colocarla en la esquina. Pretendía que todo
permaneciera tal y como lo había encontrado. Cuando quiso cerrar la ventana
reparó en que las farolas de la calle estaban ya encendidas.
-
Cuánto tiempo he estado aquí sentada? - se preguntó.
No
importaba el tiempo. Importaban solo las sensaciones que había vivido durante
aquella tarde. Sintió que, a pesar de la soledad física en la que había
permanecido, no estaba sola. Sintió que él la seguía acompañando. Y decidió no
volver a cerrar la ventana, sólo por si él quisiera volver, sólo por volver a
sentirse acompañada.