Páginas

jueves, 18 de abril de 2013

Suceso en MojoSurf

Tenía edad suficiente para poder decir, si llegaba el caso, que había vivido muchas situaciones en esta vida. Pero en realidad, no era así. Fue al cerrar la puerta de la habitación cuando sospeché  que aquella sería una experiencia nueva, y casi estaba dispuesta a afirmar que irrepetible, al menos eso esperaba.

Acababa de llegar a la ciudad. Rubén me acompañó al lugar donde me alojaría durante mi corta estancia. Un hombre bajó las escaleras a toda prisa y con una sonrisa interminable, me dio la bienvenida y me indicó mi habitación, abrió la puerta, encendió la luz y me preguntó:

-Cuál prefieres, la de arriba o la de abajo?

No pude responder a la pregunta. Me había quedado en estado de shock.

-Te hemos preparado la de arriba, pero si quieres te la cambiamos por la de abajo, no pasa nada. Lo importante es que te sientas a gusto.

Rubén también se había quedado en estado de shock, pero reaccionó rápidamente  y cogió la maleta colocándola en una esquina para que no molestara el paso a una muchacha que acababa de entrar en la habitación. Por sus gestos y la expresión de su cara parecía que esperaba ansiosa por nuestra llegada, saludó efusivamente y colocó algo que traía entre las manos sobre una de las camas, como queriendo indicar con ello, que aquella era la suya y que no estaba dispuesta a cambiarla

-Pero qué es esto? –pensé- El camarote de los hermanos Marx?. Prefiero la de abajo si no es mucha molestia, contesté atónita.

Era una habitación pequeña y sin ventanas, con dos literas colocadas a ambos lados y una mesita en medio, a modo de delimitador de espacios entre una y otra. A los pies de una de las literas, estratégicamente colocadas para aprovechar el poco espacio que quedaba, habían cuatro taquillas. La verdad es que casi no reparé en ellas, quería salir de allí a toda prisa.

-Ok! Contestó el hombre de sonrisa perenne. Al fondo tienes la cocina y en la parte alta de la casa tienes la terraza chillout, por si luego quieres subir a tomar una copa con nosotros.

Era ya muy tarde y no habíamos cenado. Decidimos hacerlo cerca del lugar donde luego tendríamos que realizar la primera acción de la campaña que nos mantenía a todos expectantes. Comenzaba la cuenta atrás.

De vuelta a casa reparé en que no sabía donde estaba el baño. No quería encender luces por si molestaba al resto de los huéspedes, así que con la poca luz que emitía mi teléfono móvil fui buscando alguna señal en las puertas que me permitiera dar con el lugar. Lo admito, no fue nada fácil.

Me despertó el sonido de una amena conversación. Voces que charlaban amigablemente y alguna que otra risa. Me levanté y, “a tientas”, logré encontrar en la maleta lo necesario para mi aseo. Abrí la puerta de la habitación. La luz del día me cegaba, así que puse una mano sobre mis ojos y comencé a andar en dirección al baño. Había dado dos pasos cuando alguien dijo:

-Buenos días, has dormido bien?.

De repente me sorprendí en pijama en medio de un grupo de personas a las que no había visto jamás, todas hombres, y que me saludaban con mucha familiaridad, como si en algún otro momento de nuestras vidas hubiéramos compartido algo.

-Buenos días chicos! Soy Rita – dije con voz cantarina, bueno, eso creo, pretendía ser amable y parecer tan cercana como ellos.

Así que, de uno en uno, fueron pasando por mi lado para presentarse y  darme el  beso y/o “achuchón” correspondiente, según lo consideró cada uno.
La puerta del baño estaba cerrada. Alguien me dijo que estaba ocupado y decidí sentarme en el sofá que estaba, también estratégicamente colocado, en medio del salón, junto a la mesa puesta del desayuno, a la que me invitaron a sentarme amablemente, y frente a la puerta del baño.

Cuando salió del baño lo hizo con garbo. Sacudió su media melena rubia y con gesto varonil la colocó hacia atrás.
Lo miré. Me miró. Sonreí. Se asustó. Me ruboricé. Se acercó. No me pude levantar. Se agachó. Me dio un beso. No reaccioné.

-Soy Mauricio y tú?.

Su acento lo delató inmediatamente, su nombre me lo confirmó, era argentino.
No cabía en mi de gozo. Por un instante creí que seguía en mi habitación y que soñaba. No pensé que algo tan “relindo” me pudiera suceder a mí. Finalmente encontré la cordura suficiente para ponerme en pie. Él continuaba hablándome y yo lo miraba fijamente sin escuchar sus palabras, solo podía fijarme en sus inmensos ojos azules.

-Yo soy Rita, acerté a decir finalmente.
-Estarás muchos días con nosotros? Ahora vamos a coger olas, te vienes?
-No, solo estaré dos días, he venido a trabajar!
-A trabajar?. No has venido a practicar surf como nosotros?

No entendí nada pero daba igual. Le pregunté si había terminado de usar el baño para entrar yo. Me lo confirmó con un pequeño gesto con la cabeza. Cogí mis cosas y me dirigí al baño. Cuando estaba a punto de entrar en él, escuché de nuevo su dulce voz con acento argentino que me dijo.

-Creo que esto es tuyo, lo has dejado atrás!.

Cuando me volví a mirar tenía en su mano derecha, colgando de un dedo, a modo de expositor, mis braguitas. Menos mal que yo, y haciendo caso a las recomendaciones de mi abuela, cuando viajo siempre llevo lo mejor que tengo. En esta ocasión era una tanga con estampado animal, muy vintage, de Dolce&Gabana. Al volver a cogerlas, me di cuenta de que todos estaban mirándome.

Entré en el baño y no volví a salir hasta que no estuve completamente segura de que no había nadie por los alrededores.
Todos se habían ido a coger olas, eran surfers, y el lugar en el que yo me estaba quedando era la residencia de la escuela de surf.

No he vuelto a saber de él!!!