Páginas

martes, 1 de enero de 2013

Un adios definitivo





Esperaba ansiosa a que terminara el año para escribir una historia. Pretendía dejar constancia de todo lo que ocurriera hasta su último segundo de vida. Y para no sorprenderme en ese último segundo, continuó dando problemas como señal de su majestuosa fuerza, una fuerza que había decidido ejercer contra mí, provocando tan solo que desease que llegase su ocaso definitivo.

Cuando terminaron de sonar las doce campanadas que lo condenaban a muerte y que, unidas al despejado y multicolor cielo que habían dejado los fuegos de artificio, anunciaban la llegada de uno nuevo, me encontraba bajo los efectos demoledores de una gripe que casi me impedía mantenerme en pie. Aún así, me propuse no dejar que se saliera con la suya. Era el último pulso que echaríamos y quería ganárselo. Así que descorchamos la botella de champán que él había dejado en la nevera para que estuviera en su punto cuando llegara el momento de una gran celebración, llenamos nuestras copas y brindamos por la llegada del nuevo año.

-Salud mami! – me dijo. Brindo contigo por un año mejor. Sólo le pido que sigas a mi lado!

Por un momento hicieron acto de presencia las inevitables lágrimas, aquellas a las que nunca invitas pero que siempre llegan. Claro que, con la sutileza que en ocasiones así me brota desde lo más profundo, las invité, pero a desaparecer de nuestras vidas. Y lo conseguí. Fue mi primera victoria.

-Esto empieza a funcionar! –pensé en voz baja.

Le había costado mucho elegir un vestido para esa noche. Quería que fuera especial. Tenía que ser moderno y elegante, pero no demasiado porque no iría a una gran fiesta; que resaltara su belleza, aún más si cabía, y que la hiciera sentir cómoda. Fue su profundo deseo de hacer que él, a pesar de su ausencia, se sintiera orgulloso de ella, lo que la mantuvo en la búsqueda. Y lo consiguió. Iba guapísima!

-Crees que se sentiría orgulloso de mi? –preguntó mostrando una expresión de enorme satisfacción.

Cuando salió de casa iba cargada de una mezcla indescrptible de emoción, ilusión, alegría y esperanza que, junto a los enormes tacones que eligió para su maravilloso vestido, casi no le permitían andar. Me miró, respiró profundamente y, con una leve sonrisa en su boca, dio el primer paso. La vi alejarse por el largo pasillo que lleva hasta la puerta que da a la calle con paso firme y decidido. Allí la esperaban sus amigos.

Me había quedado sola, pero no me sentía sola.

Al menos esa fue la sensación que tuve cuando, después de cerrar la puerta y apagar algunas luces, me senté en el sofá del salón y retomé la copa de champán que se había quedado a medio beber. La levanté en señal de brindis por todo lo que estaba ocurriendo, como intentando dar las gracias por este comienzo de año y como deseo de que continúe así.

Estaba a punto de irme a la cama cuando sonó el timbre. No esperaba a nadie. Pero alguien había esperado el momento para estar a mi lado. Sabía que su presencia me haría mucho bien.

Nada había ocurrido como imaginé. A veces la imaginación nos juega malas pasadas, otras en cambio nos obsequia con lo mejor que es capaz de dar. Sin embargo no pienso renunciar a seguir dejándola volar, porque es lo que me mantiene con vida.

De modo que decidí no dejar constancia de nada de lo que había ocurrido en el año que acababa de finalizar, para darle la oportunidad al que acababa de nacer. Aposté por él. Apuesto por él. Se que me va sorprender gratamente. Ya ha empezado a dar muestras de ello.